Cuando nacemos no sabemos que es la televisión. Es sólo esa cosa negra, y
ahora plana, que vemos encima del mueble del comedor, que no nos dejan
tocar. No podemos poner nuestras manos en ella ni jugar con el mando.
Pero eso sí, nos la ponen cuando estamos revoltosos y quieren que no
molestemos. Y sin darnos cuenta nos vamos embobando delante de ella,
tanto que nos comemos sin rechistar ese puré de verduras que tiene pinta
de venenoso y dejamos de perseguir a nuestro hermano pequeño porqué nos
ha vuelto a quitar a traición ese peluche que tanto nos gusta. Nos
compran sentándonos delante de una pantalla por la que van desfilando
abejas que hablan y unos pequeños seres azules que son perseguidos por
un gato y un señor con más pinta de vagabundo que de otra cosa. Y es ahí
donde empieza todo.
Vamos creciendo y cambiamos nuestros gustos televisivos. Cada mañana en
el recreo jugamos a fútbol, a voleibol o a lo que sea que esté de moda
en ese momento. Queremos ser Oliver o Juana y damos el coñazo a nuestros
padres para que nos apunten al deporte en cuestión sólo para parecernos
a ellos ¡Suerte que en la mayoría de casos no llegan a hacerlo! Sinó
habría una generación entera de niños frustrados.
Nos vamos dando cuenta que nuestros padres, los mismos que hasta ese
momento nos plantaban delante de la televisión, nos castigan con ella.
Si traemos malas notas o no hacemos caso nos castigan sin ella ¡¡¡Eso no
es justo!!! ¡Si han sido ellos los que nos han enganchado!
Llegamos al instituto y vamos dejando de lado lo del fútbol. Ahora
queremos vivir en L.A. y que nuestro distrito postal sea el 90210, que
se ve que eso da prestigio. No nos conformamos con ver los capítulos,
no. Ahora forramos la carpeta, las paredes y cualquier superficie a
nuestro alcance con fotos de los protagonistas. Y afirmamos convencidos
que cuando tengamos una niña le pondremos Brenda. Por suerte, en la
mayoría de casos, recapacitamos.
Y llega la universidad y con ella la frustración. ¿Dónde están los
campus y las hermandades? ¿No nos van a hacer pruebas de acceso ni
novatadas? ¡Ya nos han vuelto a timar!
Pasamos de la costa oeste a la este. Ahora queremos vivir en N.Y. y
bajarnos a la misma cafetería cada tarde con nuestros cinco amigos.
Acabamos la carrera o la dejamos, que para el caso en los tiempos que
corren, viene sirviéndote de lo mismo, y llegamos al mundo laboral.
Abogado, médico, periodista, pintor... profesiones con renombre que
hemos soñado nos sacarían de pobres y gracias a las cuales
encontraríamos al amor de nuestras vidas, ganaríamos un sueldazo y
tendríamos una casa enorme con jardín y piscina. Ni que decirse tiene
que acabamos viviendo con nuestros padres hasta los 40 o que nos vamos a
un piso de 40m2 sin ascensor en un barrio cuyo distrito postal no suena
tan fashion como el que nos obsesionaba en el instituto. A estas
alturas ya tenemos claro que hay cosas que sólo pasan en las series
americanas.
Trabajamos en una oficina donde nos explotan, y nuestras compañeras no
son tus amigas del alma, sino arpías sin escrúpulos que van lanzando
bulos a tus espaldas.
Conoces a tu novio en un Mcdonald's, os vais de alquiler y os trae de
cabeza que misterio se esconde tras el vuelo 815 de Oceanic.
Eres mamá y empiezas a ver a la Supernanny y descubres que no puedes
comprar al niño con la tele, que hay que hacer tablas y horarios para
todo ¡Con lo fácil que lo tuvieron tus padres! Suerte que en Cuatro
tienes toda la ayuda que necesitas. Sus programas van creciendo con tus
hijos y puedes recurrir a ellos si se descarilla mucho.
Te quedas en paro y tienes todas las horas del mundo para ver la tele.
Te acabas enganchando a la Ana Rosa, al Sálvame y sabiéndote de pe a pa
la vida y milagros, y hasta el árbol genealógico si me apuras, del
famosillo de turno.
Te pasas las hora muertas viendo concursos, realitys de madres que
buscan esposas para sus hijos o series de zombies pero siempre, siempre
recurres a ella.
Lo llevas haciendo toda la vida: cuando en el cole se han metido contigo
o tu amiga del alma ha decidido no hablarte, cuando te deja tu novio,
cuando has tenido un día de perros o cuando te haces mayor y te quedas
sola porque tus hijos se independizan, ella siempre está ahí dispuesta a
sacarte una sonrisa y a hacerte olvidar la realidad que te rodea para
sumergirte en otra paralela en la que tus problemas se diluyen
momentáneamente, mientras te involucras en otros mucho más glamurosos.
No olvidemos que casi siempre nos pillan al otro lado del océano.
PUBLICADO POR MÒNICA
Monica! Creo que tu y yo nos conocemos!
ResponderEliminarReconocería tu forma de escribir entre mil! Que casualidad haberte encontrado por aquí.
Sigues con el mismo número de teléfono??
Un besazo guapísima
David
Pues David la verdad es que me pillas un poco fuera de juego y ahora mismo no te tengo presente.
ResponderEliminarLo siento ;-(
Tengo el mismo tlf desde hace mil, supongo que será el que tú tienes. Saludos!
- Mònica
Ya veo que tu memoria no es la que era. ay ay ay... de la uni!
ResponderEliminarEl número que tengo no es el que tienes ahora, seguro. Te he llamado y no existe
Cuando quieras un cafe para recordar los viejos tiempos ya sabes, yo si tengo el mismo número.
Ahhhhhhhhhhh!!!! No me hagas sentir mal por ponerle la tele al peque, no sabes lo bien que sientan esos 3 minutos y medio que aguanta sentadito tan mono quieto delante el televisor!!!
ResponderEliminarSònia